El Perú Un nombre con propia historia
A partir de 1534 , tras la llegada de Hernando Pizarro a Sevilla y del desfile, ante la vista azorada de los habitantes y de los mercaderes genoveses y venecianos, de los fabulosos tesoros del rescate del Inca Atahualpa, que él aportara, se difundió por el mundo el nombre novísimo del Perú, aplicado al imperio de los Incas conquistado.
Con vibración de leyenda, fue recogido el nombre del Perú en los islarios de los cosmógrafos venecianos, que informaban al mundo de los nuevos descubrimientos de los osados peninsulares, así como en las gacetas alemanas y en un minúsculo folleto francés, Nouvelles certaines des isles du Pérou impreso en Lyón en 1534, que leería con fruición el monarca Francisco I.
Desde entonces, el nombre del Perú fascinó la imaginación de todos los ávidos de aventura, con un espejismo áureo de riqueza y maravilla. El Perú se tornó en el único mito realizado de la conquista de América, y Atahualpa en el auténtico señor del Dorado.
El Inca Garcilaso y la cohorte de cronistas que recogieron los recuerdos del descubrimiento, la conquista y las tradiciones indígenas, trataron de explicar desde el siglo XVI el origen del nombre del Perú y nos transmitieron las anécdotas y consejas de los contemporáneos.
La certidumbre histórica ha establecido que el nombre del Perú fue absolutamente desconocido para los incas, fue usado por los conquistadores para designar al vasto territorio del imperio sometido, pero rechazado su uso por los conquistados, según testimonio de Valera, Acosta y Garcilaso. El nombre del Perú no pertenecía a la lengua castellana ni a la quechua, tampoco a la antillana o caribe; surgió como alteración de un nombre propio de persona y de río de un área al sur de Panamá.
El explorador Pascual de Andagoya refirió como fuente el alterado nombre de un cacique Birú, en la visita que hiciera al área en 1522; lugar en el que habría habido un río de similar nombre. Francisco Pizarro, de regreso del primer viaje, en 1526, habría pacificado al cacique Birú.
Los cronistas Oviedo y Gómara, y más tarde Garcilaso y Murúa, sostuvieron la existencia de un río Perú y hasta dieron la posición exacta, (donde hoy correspondería al río Hijuu o Ijúa en la costa colombiana del Chocó). Cieza de León negó categóricamente la existencia de tal río. En el siglo XVIII, Cosme Bueno, se echó a sostener que el origen del nombre se hallaba en el río Virú, situado al sur de Trujillo, mas la cartografía del tiempo de la conquista no consignó río alguno con el nombre de Pirú o Birú.
Las interpretaciones filológicas que han pretendido darse del nombre del Perú carecen de fundamento lógico e histórico. No puede derivarse de la palabra quechua
pirhua que significa orón o troje troje, ni de un primer inca supuestamente apodado
Inca Pirhua Pacaric Manco, como vanamente sostuvo el cronista Montesinos.
El nombre del Perú empezó a aplicarse a partir de 1527, antes del contacto con pueblos de habla quechua o influencia incaica. No deriva del nombre de Piura, lugar que sólo fue alcanzado por las huestes de Pizarro en 1528. Tampoco de un término de la lengua hablada entre Panamá y Guayaquil, en que la voz
pelu significaría río, como pretende Garcilaso. Ni tiene asidero alguno la absurda interpretación del cronista Montesinos de que
Pirú proviene del bíblico término Ofir.
Vasco Núñez de Balboa, descubridor de la Mar del Sur, no tuvo noticias del Imperio Incaico, ni oyó ni usó el nombre del Perú. Balboa murió en 1519 y la primera noticia del cacique Birú la recibió Andagoya en 1522. El nombre del Perú no apareció en ningún documento escrito hasta 1527, salvo que quedase demostrada la autenticidad del contrato de la conquista (1526) que adujera el licenciado Espinosa como real, para así cobrar la parte del fallecido clérigo Luque; lo cual retrotraería la fecha de inicio de uso del nombre del Perú en sólo un año, a 1526.
La empresa conquistadora de Pizarro, Almagro y Luque fue llamada por sus directores y los funcionarios reales de Panamá: “La Armada del Levante”. Durante los años 1524 a 1527, y aún posteriormente se hablaba sólo de “la costa del Levante”, no mencionándose en ella el nombre del Perú.
Frente a la vaguedad del nombre oficial, surgió entre los vecinos de Panamá, los soldados desocupados y desertores de la empresa, el mote burlesco de
los del Perú, aplicado a los que iban llevados por el
recogedor Almagro a morir en el marasmo del trópico, en manos del
carnicero Pizarro.
En el juicio de residencia de Pedrarias hecho en 1527 se advierte la contraposición entre el criterio oficial que mantiene la designación del nombre de Levante, para las tierras nuevas de la Mar del Sur, y el sentir popular que las bautizase con un nombre irreversible: el Perú.
La capitulación aprobada por el Emperador Carlos V en Toledo, en 1529, vaciló en llamar a la tierra de los Incas “la provincia de Tumbes” o “la provincia del Perú”, terminando por inclinarse por esta última. Dicho mismo año, apareció en dos únicas versiones manuscritas, el primer testimonio cartográfico de la historia universal que registrara inauguralmente el nombre del Perú, como inconcluso reflejo de la costa occidental del Nuevo Mundo hasta entonces reconocida: la Carta Universal, del cosmógrafo del emperador, Diego Ribero, que celosamente conservan la Biblioteca Vaticana y la Biblioteca de Weimar.
En 1534 surgiría la denominación cortesana y elegante de Nueva Castilla que perduró apenas en los documentos oficiales y fuera vencida al fin por el nombre del Perú. El nombre del Perú no significa ni río, ni valle, ni orón o troje y mucho menos es derivación de Ofir. No es palabra quechua ni caribe, sino indo-hispana, mestiza.
El nombre del Perú no tiene explicación en lengua castellana, ni tampoco en la antillana ni en la lengua general de los Incas, como lo atestiguan Garcilaso y su propia fonética enfática, que lleva una entraña india imbuida por la sonoridad castellana.
El nombre del Perú, aun cuando no tiene traducción en los vocabularios de las lenguas indígenas ni en los léxicos ibéricos tiene el más rico contenido histórico y espiritual. El nombre del Perú, aun cuando no tiene traducción en los vocabularios de las lenguas indígenas ni en los léxicos ibéricos tiene el más rico contenido histórico y espiritual.
El nombre del Perú es anuncio de riqueza y de leyenda, es fruto mestizo brotado de la tierra y de la aventura, y, geográficamente, significa tierras que demoran al sur. El nombre del Perú es la síntesis de todas las leyendas de la riqueza austral, por ello cantaría en 1614 el soldado poeta, don Juan de Miramontes, en sus "Armas Antárticas", en versos de clásica prestancia: Este Perú antártico, famoso...
El Perú, es denominación compuesta indisolublemente de dos elementos, un artículo determinado castellano: el, que implica lo conocido, lo legendario, lo afamado, lo anhelado, lo amado, lo inquietante... y un sustantivo mestizo: Perú, que nació de la fusión de lo venido de fuera y de lo existente en las Indias; El nombre del Perú posee una historia señera que es imprescindible conocer, divulgar y defender, perpetuando su condición de único.
El Perú, es el país del que a diario tratamos y nos ocupamos, pues nos engloba y a la vez nos pertenece.
Del Perú, es del que somos parte integrante y elementos motores de su ventura y realización.
Al Perú, es al que se dirigen las aspiraciones y esfuerzos de sus hijos, y de los descendientes de estos, desde el inicio de su existencia como nación, en la fusión de sangres comenzada en el siglo XVI.
Raúl Porras Barrenechea
(Pisco 1897 – Lima 1960)
Abogado, doctor en historia, catedrático universitario, diplomático; fervoroso amante del Perú, riguroso investigador de su historia y sus raíces. En 1920 ingresó al Ministerio de Relaciones Exteriores, a trabajar en el Archivo Histórico de Límites. Representó al Perú como embajador en España de 1948 a 1949. En 1958, fue nombrado Canciller del Perú. Entre sus numerosas obras, el valioso opúsculo “El Nombre del Perú”, ha servido de fuente a esta reflexión.