miércoles, 19 de noviembre de 2008





RICARDO PALMA:





Internacionalista


Manuel Ricardo Palma Soriano (Lima 7 Feb. 1833/ 6 Oct. 1919), es el escritor peruano de mayor celebridad internacional, merced a sus Tradiciones Peruanas, una de las colecciones más leídas de la literatura hispanoamericana. A la edad de 20 años Palma ingresó a la Marina del Perú como contador. Luego en 1860, hallándose en la férrea oposición liberal al conservadurismo vigente, tras su participación en un abortado golpe de estado se vio forzado a exiliarse en Chile, donde se dedicó al periodismo.

De regreso en el país, en 1864 fue designado Cónsul del Perú en Belem do Pará, en el entonces Imperio del Brasil. Con tal motivo viajó previamente a Europa, entablando amistad con intelectuales iberoamericanos residentes en Londres y París.

Retornado a Lima, en 1866, como secretario del Ministro de Guerra José Gálvez, tomó parte en la defensa contra la agresión española que concluyera en el Callao, con la victoria peruana del 2 de mayo. En 1872 publicó la primera serie de sus Tradiciones, creando con ellas un género nuevo en la literatura castellana.
Años después, desatada una guerra expansionista contra el Perú, Palma se batió en los reductos, y sufrió el incendio de su rancho miraflorino y la pérdida de sus libros y escritos.

En 1881, ocurrida la aciaga ocupación de Lima y la desenfrenada destrucción de la famosa Biblioteca Nacional del Perú por el ejército invasor, desperdigada su valiosa colección bibliográfica con la remisión de la más significativa parte de ella a Santiago, como “trofeo”, Palma expresó su enérgico rechazo a tal crimen de lesa cultura imponiéndose la tarea de intentar reconstruirla. Firmada la paz, el gobierno le encargó el restablecimiento de la Biblioteca Nacional, e inició su campaña epistolar como bibliotecario mendigo, afanado en obtener de los amigos de fuera donaciones de libros para reconstituir la expoliada Biblioteca, permaneciendo en el cargo hasta 1912.

En 1887 Palma fundó en Lima la Academia Peruana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia de España. En 1892, el gobierno lo designó representante oficial para las celebraciones organizadas en la Península, con motivo del Cuatricentenario del Descubrimiento de América, del que escribiera luego un recuento de su visita. Su estancia peninsular le permitió afianzar o comenzar lazos epistolares con destacados hombres de letras de aquella y esta orilla del Atlántico, con el objetivo de contribuir mediante sus cartas a la más pronta recuperación de la Biblioteca Nacional, lo que consiguió por su admirable tesón y diligencia, pudiendo encabezar su reapertura y el paulatino incremento de sus fondos.

Entre el profuso epistolario que Palma sostuviera con relevantes hombres de ciencias y letras, de América y España, sobresale la correspondencia que intercambiara con su buen amigo don Pedro N. Arata, notable médico argentino, distinguido académico y propulsor del progreso científico. Cincuenta y cuatro cartas, escritas por Palma a Arata, entre 1890 y 1910, fueron adquiridas para la Biblioteca Nacional del Perú por oportuna acción del Encargado de Negocios del Perú en Londres, en diciembre de 1999.

En dichas cartas, se muestra el talante de observador crítico de la realidad de la región americana y su aspiración a que en lugar de destrucción y desconfianza, los gobiernos de las naciones iberoamericanas pudieran empeñarse en afirmar el progreso mediante el conocimiento y la justicia internas, y la paz y el entendimiento externos. Los originales de este epistolario se conservan en la Biblioteca Nacional desde su entrega por la Cancillería, que por su parte conserva una versión digital integral de dicho epistolario.

Palma, "uno de los pocos escritores universales que ha dado el Perú”, como afirmara Luis Alberto Sánchez, constituye no sólo motivo de orgullo para la literatura del Perú y de la expresión en lengua castellana en el mundo, sino también es digno ejemplo de compromiso con el más alto cometido que el intelecto pueda tener, la siembra del entendimiento y la cooperación entre los pueblos, para en paz poder superar la ignorancia y el atraso de naciones hermanas elegidas para un mejor destino, “será difícil que alguien opaque su gloria.”


lunes, 10 de noviembre de 2008



El Perú




Un nombre con propia historia





A partir de 1534 , tras la llegada de Hernando Pizarro a Sevilla y del desfile, ante la vista azorada de los habitantes y de los mercaderes genoveses y venecianos, de los fabulosos tesoros del rescate del Inca Atahualpa, que él aportara, se difundió por el mundo el nombre novísimo del Perú, aplicado al imperio de los Incas conquistado.

Con vibración de leyenda, fue recogido el nombre del Perú en los islarios de los cosmógrafos venecianos, que informaban al mundo de los nuevos descubrimientos de los osados peninsulares, así como en las gacetas alemanas y en un minúsculo folleto francés, Nouvelles certaines des isles du Pérou impreso en Lyón en 1534, que leería con fruición el monarca Francisco I.

Desde entonces, el nombre del Perú fascinó la imaginación de todos los ávidos de aventura, con un espejismo áureo de riqueza y maravilla. El Perú se tornó en el único mito realizado de la conquista de América, y Atahualpa en el auténtico señor del Dorado.

El Inca Garcilaso y la cohorte de cronistas que recogieron los recuerdos del descubrimiento, la conquista y las tradiciones indígenas, trataron de explicar desde el siglo XVI el origen del nombre del Perú y nos transmitieron las anécdotas y consejas de los contemporáneos.

La certidumbre histórica ha establecido que el nombre del Perú fue absolutamente desconocido para los incas, fue usado por los conquistadores para designar al vasto territorio del imperio sometido, pero rechazado su uso por los conquistados, según testimonio de Valera, Acosta y Garcilaso. El nombre del Perú no pertenecía a la lengua castellana ni a la quechua, tampoco a la antillana o caribe; surgió como alteración de un nombre propio de persona y de río de un área al sur de Panamá.

El explorador Pascual de Andagoya refirió como fuente el alterado nombre de un cacique Birú, en la visita que hiciera al área en 1522; lugar en el que habría habido un río de similar nombre. Francisco Pizarro, de regreso del primer viaje, en 1526, habría pacificado al cacique Birú.

Los cronistas Oviedo y Gómara, y más tarde Garcilaso y Murúa, sostuvieron la existencia de un río Perú y hasta dieron la posición exacta, (donde hoy correspondería al río Hijuu o Ijúa en la costa colombiana del Chocó). Cieza de León negó categóricamente la existencia de tal río. En el siglo XVIII, Cosme Bueno, se echó a sostener que el origen del nombre se hallaba en el río Virú, situado al sur de Trujillo, mas la cartografía del tiempo de la conquista no consignó río alguno con el nombre de Pirú o Birú.

Las interpretaciones filológicas que han pretendido darse del nombre del Perú carecen de fundamento lógico e histórico. No puede derivarse de la palabra quechua pirhua que significa orón o troje troje, ni de un primer inca supuestamente apodado Inca Pirhua Pacaric Manco, como vanamente sostuvo el cronista Montesinos.

El nombre del Perú empezó a aplicarse a partir de 1527, antes del contacto con pueblos de habla quechua o influencia incaica. No deriva del nombre de Piura, lugar que sólo fue alcanzado por las huestes de Pizarro en 1528. Tampoco de un término de la lengua hablada entre Panamá y Guayaquil, en que la voz pelu significaría río, como pretende Garcilaso. Ni tiene asidero alguno la absurda interpretación del cronista Montesinos de que Pirú proviene del bíblico término Ofir.



Vasco Núñez de Balboa, descubridor de la Mar del Sur, no tuvo noticias del Imperio Incaico, ni oyó ni usó el nombre del Perú. Balboa murió en 1519 y la primera noticia del cacique Birú la recibió Andagoya en 1522. El nombre del Perú no apareció en ningún documento escrito hasta 1527, salvo que quedase demostrada la autenticidad del contrato de la conquista (1526) que adujera el licenciado Espinosa como real, para así cobrar la parte del fallecido clérigo Luque; lo cual retrotraería la fecha de inicio de uso del nombre del Perú en sólo un año, a 1526.

La empresa conquistadora de Pizarro, Almagro y Luque fue llamada por sus directores y los funcionarios reales de Panamá: “La Armada del Levante”. Durante los años 1524 a 1527, y aún posteriormente se hablaba sólo de “la costa del Levante”, no mencionándose en ella el nombre del Perú.

Frente a la vaguedad del nombre oficial, surgió entre los vecinos de Panamá, los soldados desocupados y desertores de la empresa, el mote burlesco de los del Perú, aplicado a los que iban llevados por el recogedor Almagro a morir en el marasmo del trópico, en manos del carnicero Pizarro.

En el juicio de residencia de Pedrarias hecho en 1527 se advierte la contraposición entre el criterio oficial que mantiene la designación del nombre de Levante, para las tierras nuevas de la Mar del Sur, y el sentir popular que las bautizase con un nombre irreversible: el Perú.

La capitulación aprobada por el Emperador Carlos V en Toledo, en 1529, vaciló en llamar a la tierra de los Incas “la provincia de Tumbes” o “la provincia del Perú”, terminando por inclinarse por esta última. Dicho mismo año, apareció en dos únicas versiones manuscritas, el primer testimonio cartográfico de la historia universal que registrara inauguralmente el nombre del Perú, como inconcluso reflejo de la costa occidental del Nuevo Mundo hasta entonces reconocida: la Carta Universal, del cosmógrafo del emperador, Diego Ribero, que celosamente conservan la Biblioteca Vaticana y la Biblioteca de Weimar.


En 1534 surgiría la denominación cortesana y elegante de Nueva Castilla que perduró apenas en los documentos oficiales y fuera vencida al fin por el nombre del Perú. El nombre del Perú no significa ni río, ni valle, ni orón o troje y mucho menos es derivación de Ofir. No es palabra quechua ni caribe, sino indo-hispana, mestiza.

El nombre del Perú no tiene explicación en lengua castellana, ni tampoco en la antillana ni en la lengua general de los Incas, como lo atestiguan Garcilaso y su propia fonética enfática, que lleva una entraña india imbuida por la sonoridad castellana.

El nombre del Perú, aun cuando no tiene traducción en los vocabularios de las lenguas indígenas ni en los léxicos ibéricos tiene el más rico contenido histórico y espiritual. El nombre del Perú, aun cuando no tiene traducción en los vocabularios de las lenguas indígenas ni en los léxicos ibéricos tiene el más rico contenido histórico y espiritual.


El nombre del Perú es anuncio de riqueza y de leyenda, es fruto mestizo brotado de la tierra y de la aventura, y, geográficamente, significa tierras que demoran al sur. El nombre del Perú es la síntesis de todas las leyendas de la riqueza austral, por ello cantaría en 1614 el soldado poeta, don Juan de Miramontes, en sus "Armas Antárticas", en versos de clásica prestancia: Este Perú antártico, famoso...

El Perú, es denominación compuesta indisolublemente de dos elementos, un artículo determinado castellano: el, que implica lo conocido, lo legendario, lo afamado, lo anhelado, lo amado, lo inquietante... y un sustantivo mestizo: Perú, que nació de la fusión de lo venido de fuera y de lo existente en las Indias; El nombre del Perú posee una historia señera que es imprescindible conocer, divulgar y defender, perpetuando su condición de único.
El Perú, es el país del que a diario tratamos y nos ocupamos, pues nos engloba y a la vez nos pertenece.
Del Perú, es del que somos parte integrante y elementos motores de su ventura y realización.
Al Perú, es al que se dirigen las aspiraciones y esfuerzos de sus hijos, y de los descendientes de estos, desde el inicio de su existencia como nación, en la fusión de sangres comenzada en el siglo XVI.
Raúl Porras Barrenechea
(Pisco 1897 – Lima 1960)
Abogado, doctor en historia, catedrático universitario, diplomático; fervoroso amante del Perú, riguroso investigador de su historia y sus raíces. En 1920 ingresó al Ministerio de Relaciones Exteriores, a trabajar en el Archivo Histórico de Límites. Representó al Perú como embajador en España de 1948 a 1949. En 1958, fue nombrado Canciller del Perú. Entre sus numerosas obras, el valioso opúsculo “El Nombre del Perú”, ha servido de fuente a esta reflexión.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Raúl Porras Barrenechea



Raúl Porras,

designio y pasión:

El Perú
Iglesia de La Compañía, Pisco

La tercera exposición documental e iconográfica del Archivo de Torre Tagle en el año 2008 honra la ilustre memoria de don Raúl Porras Barrenechea, historiador y diplomático hijo de Guillermo Porras Osores y Juana Barrenechea y Raygada, nacido en Pisco un 23 de marzo de 1897 y fallecido en la capital del Perú, 63 años después, un 27 de septiembre de 1960. Establecido en Lima, huérfano de padre a temprana edad, cursó estudios en los colegios ‘San José de Cluny’ (1900-1905) y los ‘Sagrados Corazones, La Recoleta’ (1906-1911). Ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1912. Sus escasos recursos lo llevaron a fungir de amanuense auxiliar en las facultades de Letras (1913-1914) y de Ciencias Políticas y Administrativas (1915-1919) durante todo el término de sus estudios.

Precozmente demostró sus dotes de escritor reflexivo, al editar en colaboración con Guillermo Luna Cartland las revistas Ni más ni menos (1913) y Alma Latina (1915). Participó activamente en la formación del Conversatorio Universitario (1919), a cuya afirmación favoreciera su perspicaz conferencia sobre Don José Joaquín Larriva (15 de agosto de 1919). Porras acompañó al flamante movimiento pro reforma universitaria; y, como miembro del Congreso Nacional de Estudiantes, celebrado en el Cuzco en 1920, aportó acertadas propuestas sobre la organización de la Federación de Estudiantes.

Fue incorporado al servicio del Ministerio de Relaciones Exteriores como secretario del Ministro Melitón Porras Osores (tío suyo), en 1919, pasando luego a trabajar como servidor auxiliar del Archivo de Límites (1920) y después como bibliotecario de Torre Tagle (1922). En calidad de asesor, integró la delegación peruana que debía cautelar la realización del plebiscito de Tacna y Arica (1924); asumió la jefatura del Archivo de Límites (1926), y en el ejercicio de sus nuevas funciones se esforzó por impedir la ratificación del Tratado Salomón-Lozano; redactó la ‘Exposición presentada a la Comisión Especial de Límites sobre las Fronteras Norte y Sur del territorio de Tacna y Arica’ (4 tomos en 3 volúmenes, 1926-1927), para reivindicar el usurpado territorio de la provincia de Tarata, Encabezó la Sección de Soberanía y Límites (1930-1931).
Precozmente se inició también en el campo de la educación, como docente de Historia del Perú, en los colegios “Anglo-Peruano” (1923-1934) y “Antonio Raimondi” (1932-1934). Tras optar los grados de bachiller y doctor en Letras (1928), asumió una cátedra en la Facultad de Letras, como profesor de Literatura Castellana (1928-1931). Regentó la cátedra de Historia de la Conquista y la Colonia (1931); dirigió el Colegio Universitario, establecido bajo el rectorado de José Antonio Encinas (1931); y al clausurarse la U. M. de San Marcos (1932-1935), pasó a sustentar la cátedra de Fuentes Históricas Peruanas en la U. Católica (1933-1958).

En 1935 fue nombrado a nuestra Legación en España, en calidad de Ministro Consejero. Integró luego la delegación acreditada en Ginebra ante la Liga de las Naciones, como Ministro Plenipotenciario (1936-1938). Más tarde, concurrió a las conferencias peruano-ecuatorianas que se celebraron en Washington para negociar un arreglo del litigio limítrofe (1938). Posteriormente, fue comisionado para efectuar investigaciones en los archivos españoles (1940); retornando a Lima en 1941, tras ventajosas pesquisas documentales en la Península.

Calle de Barranco, Lima
Designado Asesor del Ministro de RREE en Asuntos Culturales, organizó la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento del Río Amazonas (1942); y, reincorporado a la Facultad de Letras de la U.N.M. de San Marcos, dictó en ella los cursos de Fuentes Históricas Peruanas e Historia de la Conquista y la Colonia (1945-1960). De 1948 a 1949 fue acreditado como Embajador del Perú en España, prosiguiendo allá, paralelamente a su labor diplomática su infatigable investigación histórica.
A su regreso, en 1950, asumió la dirección del Instituto de Historia de la Facultad de Letras, con cuya cooperación organizó, en 1951, el I Congreso Internacional de Peruanistas. Elegido senador por el departamento de Lima en 1956, ejerció sucesivamente la primera vicepresidencia y la presidencia de su Cámara. Fue, designado Ministro de RREE el 2 de abril de 1958, dando a su paso lustre a la Cancillería. Presidió la delegación peruana a la Conferencia de Cancilleres Americanos efectuada en San José de Costa Rica (1960) para coordinar la acción diplomática a tomarse frente al gobierno revolucionario cubano, y, en armonía con la tradición internacional del Perú, defendió lúcidamente el principio de no intervención, renunciando al cargo de Canciller, el 12 de septiembre de 1960, al disentir de las incongruentes instrucciones del gobierno de turno.
Fue miembro del Instituto Histórico del Perú y de la Academia Peruana de la Lengua (1941). Inició la edición de tres series documentales: Archivo Diplomático Peruano (1930), que debía “entregar la antigua correspondencia diplomática del Perú… a la indagación de los estudiosos y a la dilucidación de la historia; Cuadernos de Historia del Perú, en la cual incluyó sus estudios sobre el testamento de Pizarro (1936) y las relaciones primitivas de la conquista (1937 y 1967); y Colección de documentos inéditos para la historia del Perú, a la cual pertenecen los dos volúmenes del Cedulario, correspondientes a los años 1529-1538, y su compilación de Cartas del Perú 1524-1543 (1959). Dedicó estudios histórico-biográficos a: Don José Joaquín de Larriva (1919); Mariano José de Arce (1927); José Antonio Barrenechea (1928); Toribio Pacheco y Rivero (1928); Juana Alarco de Dammert (1947 y 1975); José Faustino Sánchez Carrión (1953); y Luciano Benjamín Cisneros (1956).

Obras principales:
- Historia de los Límites del Perú (1926 y 1930), reproducida en facsímil pero con una serie de interpolaciones debidas a Alberto Wagner de Reyna (1981);
- El Congreso de Panamá, 1826 (1930 y 1974)
- Pizarro, el fundador (1941)
- El Inca Garcilaso de la Vega (1946)
- La Crónica rimada de 1538 (1948)
- El Cronista indio Guamán Poma de Ayala (1948)
- Crónicas perdidas, presuntas y olvidadas sobre la conquista del Perú (1951)
- Mito, tradición e historia del Perú (1951)
- Información sobre el linaje de Francisco Pizarro, hecha en Trujillo de Extremadura en 1529 (1951)
- El nombre del Perú (1951 y 1968)
- Fuentes Históricas Peruanas (1954 y 1963), Premio Nacional de Historia 1956
- Tres Ensayos sobre Ricardo Palma (1954)
- El Inca Garcilaso en Montilla (1955)
- El paisaje peruano, de Garcilaso a Riva Agüero (1955), Premio Nacional de Literatura 1956
- Los viajeros italianos en el Perú (1957)
- La culture française au Pérou (1958)
- Los cronistas del Perú 1528-1650 (1962) Premio Nacional de Historia 1945, de postergada publicación por su sucesiva actualización por el propio autor hasta su fallecimiento.
- El periodismo en el Perú (1970)
- Pizarro, editada por Luis Alberto Sánchez en 1978.

El Perú, desde sus raíces hasta su copiosa y vasta floración en artes, ciencias y letras fue designio y pasión del maestro Porras, toca a todos los peruanos honrarlo leyendo sus obras y obrando en conformidad, materializando la grandeza que él anhelara para nuestra patria.


Avenida San Martín, Pisco Playa

Pedro Paulet Mostajo


Pedro Paulet Mostajo
(1874-1945)

Ingeniero, Precursor científico, Diplomático, Urbanista, Impulsor del comercio exterior

La segunda exhibición bimestral de 2008 del Archivo de Torre Tagle está dedicada a resaltar la figura de un diplomático impar: Pedro Paulet Mostajo, quien naciera en Tiabaya, distrito de Arequipa, en 1874 y tras 70 años de fecunda existencia falleciera en Buenos Aires, en 1945, mientras ejercía la función de Consejero de la Embajada del Perú.

Su conspicuo interés por diversas ramas del saber y por la actividad intelectual en heterogéneos campos hizo de él: precursor de la aeronavegación a propulsión, pionero de la era espacial, promotor de la educación científica, visionario urbanista, impulsor del intercambio comercial y acrisolado diplomático.

Luego de estudiar con buen suceso Letras y Ciencias en la Universidad de San Agustín de Arequipa, una beca oficial permitió que prosiguiera estudios en la Sorbona, extendiendo allá, con más amplia base, los experimentos y ensayos de vuelo a propulsión que precozmente iniciara en su terruño, avizorando la construcción de naves aéreas sin alas para, superando la atmósfera, viajar por el espacio sin elementos estabilizadores.

Su vasto conjunto de intereses lo llevó a practicar el periodismo como corresponsal europeo de diarios de Estados Unidos y de cotidianos de la propia Francia. Recorrió países Europeos, y viajó incluso hasta Siberia y el Norte de África. Continuó sus estudios parisienses de química aplicada, obtuvo el título de Oficial de Instrucción Pública (1899) y de Ingeniero Químico (1901). En 1900 tomó parte en la Exposición Universal de París, como adjunto a la delegación del Perú, diseñando los planos del pabellón peruano.

En el año 1901 se incorporó a nuestro Servicio Exterior, comenzando la carrera como canciller del Consulado General del Perú en París. Sus responsabilidades consulares lo llevaron a interrumpir temporalmente sus intrépidas lucubraciones y pruebas de aeronavegación a propulsión.

Nombrado Cónsul del Perú en Amberes, puerto mayor de Bélgica, terminó allí de diseñar los bocetos de su nave espacial que denominara primero “Avión Torpedo” y luego “Auto-bólido” En 1904 fue llamado de regreso a Lima, donde asumió la dirección de la Escuela de Artes y Oficios que él propusiera y materializara, introduciendo en el país la educación técnica, como corolario de la ciencia aplicada.

Trazó los planos para la erección del Hospital Goyeneche, en Arequipa. Retomó la gestión periodística al fundar y dirigir la revista Ilustración Peruana así como empezar la actividad publicitaria, durante la cual publicó Provincias de Lima y Callao (1910) y el Directorio del Perú para el año 1911. Afanoso por reanudar sus proyectos científicos buscó el patrocinio oficial a su invento: el avión torpedo. Al no hallarlo en el Perú, viajó a Europa en pos de un efectivo respaldo.

En 1911, se casó en Bruselas, con la dama belga Louise Wilquet, con quien tendría siete hijos. La I Guerra Mundial impidió la cristalización de su singular invento. Tras residir años en París, pasó a Bruselas en 1919, editando allí El Mundo Español.

En 1921 reanudó su carrera diplomática al ser acreditado Cónsul del Perú en la vieja capital de Sajonia, Dresde.

En 1923, fue transferido a nuestro consulado en Ámsterdam, al año siguiente fue designado Encargado de Negocios a.i. en Cristianía (nombre entonces de Oslo) y Cónsul en Stavanger. Colaboró en la concreción del monumento a la Libertad, proponiendo al escultor alemán que lo plasmara, intermediación por la cual el Municipio de Trujillo le concedió una medalla en 1928.

Recibió una oferta de la Sociedad de Astronáutica de Alemania para unirse a un grupo de científicos que estudiarían la propulsión de cohetes. Mas, no aceptó tal oferta porque el propósito de este estudio era primordialmente un arma bélica que pudiera doblar la distancia del “gran cañón británico”. Rechazó otra propuesta, del magnate Henry Ford, que prometía un millonario respaldo a su “auto-bólido”, si se hacía ciudadano estadounidense.

Desde 1929, cumplió la función de Cónsul del Perú en el mayor puerto de Europa, Rótterdam; allí redactó y publicó su Informe sobre el IV Congreso Internacional de Limnología pura y aplicada, certamen en el que participara activamente como representante del Perú. Abordó la proyección de la construcción de un templo votivo consagrado a Santa Rosa, en la cima del San Cristóbal, como parte de un plan de renovación urbanística radical de Lima; proyecto que recibió la presea urbanística de 1929 en París.

Tres años después partió rumbo al Asia a ocupar el cargo de Cónsul del Perú en el puerto principal del Japón, Yokohama. Como delegado del Perú, participó en el XV Congreso Internacional de la Cruz Roja en Tokio. Impresionado por la rauda industrialización del pujante país oriental, estudió el proceso de transformación japonesa y escribió el detallado reporte: El Japón moderno y sus bases económicas, impreso en 1935.

Tras veinticinco años de ausencia de la patria, a requerimiento de la Cancillería, retornó a cumplir funciones en Torre Tagle en 1935. Prestamente propuso y obtuvo la aprobación de la creación del departamento comercial, dirigiéndolo en adelante por el término de cinco años. Comenzó la publicación bilingüe de Informaciones Comerciales, Económicas y Financieras del Perú. Publicó artículos como "Las cinco regiones del Perú" y advirtió que el mar debía ser reconocido como región, exhortando al gobierno peruano a defender "la tesis de las 300 millas". Paralelamente ejerció la docencia en la Universidad Católica, como catedrático de Ciencias Económicas.

En 1940 fue designado consejero comercial de la Embajada del Perú en la Argentina. Escribió sobre su sistema termoeléctrico de energía que propuso para lograr un “medio ambiente habitable” para los vuelos aeroespaciales. También propuso el uso de este más económico sistema para construcciones habitables fijas, lo cual permitiría la eliminación de la necesidad de uso de iluminación, calefacción y energía.

Cumplió con asiduidad las labores de su cargo, afianzando lazos comerciales con el área del Plata y participó en 1944 en la fundación de la Cámara de Comercio Peruano-Argentina. La muerte lo sorprendió en nuestra misión bonaerense, mientras cumplía sus funciones diplomáticas, en enero de 1945, cinco meses antes de que cumpliera setenta y un años.

El Perú y Asia

  1. El Perú y Asia Oriental

Vínculo Transpacífico desde el siglo XVI

La primera exhibición bimestral del Archivo de Torre Tagle en el año 2008 expuso una selección de documentos textuales, cartográficos e iconográficos que testimonian el temprano vínculo entre el Perú y Asia oriental.

La conquista del Tahuantinsuyo, tras la irrupción castellana, dio surgimiento al Perú, integrado en el imperio de Carlos V. Luego, durante el período del virreinato, se desarrolló la realzada plasmación de lo peruano. Producto de confluencias, tanto transatlánticas -mediado el siglo XVI- como aportaciones transpacíficas empezadas a arribar a fines de aquella centuria-, los distintivos rasgos del Perú, constituido como república en el siglo XIX, se cimentaron y hoy ponen de relieve un riquísimo mestizaje cultural que individualiza y torna representativo al Perú en América

Por cerca de dos siglos y medio, entre fines del siglo XVI e inicios del XIX, las naves que regularmente cubrieran la ruta entre Manila, en la Capitanía General de Las Filipinas, y Acapulco, en el Virreinato de Nueva España, de modo intermitente concluyeron reiteradas veces su travesía en el Callao, puerto mayor del Virreinato del Perú.

El religioso agustino vasco, Andrés de Urdaneta, (cuyo quinto centenario de nacimiento en la aldea de Ordizia, en la comarca vasca de Guipúzcoa se recuerda este año 2008) descubrió la ruta del “tornaviaje” desde las Filipinas a las costas de América, en 1565. Acicateada por la incesante demanda de especias, tal vía se convirtió en el trayecto anual, regular, de la primeramente llamada Nao de la China, y desde 1571 (con la fundación de la capital filipina por Miguel López de Legazpi): Galeón de Manila. Desde entonces, las naves de procedencia asiática arribaron normalmente al puerto del Callao hasta 1591, año en que Felipe II prohibiera, “de manera definitiva”, la prolongación de la travesía hasta nuestro primer puerto. Durante dichos primeros veinte años de viajes transpacíficos, fue intercambiada la plata andina por artículos suntuarios provenientes del otro lado del mar.

Los trayectos del Galeón de Manila a través del Pacífico, iniciados en 1565 bajo la denominación de Nao de la China, y desde la fundación de la capital filipina en 1570 con el nombre de su puerto de zarpado, vincularon el Asia del Este y la América hispana, llevando y trayendo conocimientos, innovaciones tecnológicas, preciadas mercancías asiáticas, plata del Nuevo Mundo y gente a una y otra orilla del océano. El comercio transpacífico hizo de Manila el eje del comercio asiático, y tornó a Acapulco, e “ilícitamente” –luego de 1591- al Callao, en destinos de un intercambio cultural y comercial sin parangón.

La carga del Galeón de Manila fue ideada con itinerario a la Península: tras su desembarco en Acapulco, debía ser transferida a lomo de mula hasta el puerto de Veracruz, en el Golfo de México, para ser reexpedida a Sevilla, con las flotas del imperio hispano que atravesaban el Atlántico regladamente. Esta conexión entre la Península, sus tierras americanas, y la más distante de sus colonias, constituyó el primigenio ejemplo de la globalización del intercambio comercial. Mas, el hecho de la vinculación mercantil entre los dos mayores virreinatos hispanos con el ámbito asiático, relación una regulada y la otra fluctuante, promovió un insospechado y definitivo nexo, que se tradujo en el adelantado trasvase de gentes y mercancías que permitieron, en el caso del Perú, la ostentación de asiáticos objetos de lujo así como contar entre sus pobladores, desde los últimos lustros del siglo XVI, inmigrantes procedentes del Asia oriental. Al puerto de Lima llegaron malayos, filipinos, chinos y japoneses, y se afincaron en el Perú, dando comienzo a la amalgama étnico-cultural que singulariza a nuestro país y le aporta una riqueza cultural sin igual, al acrecentar su multifacético mestizaje.

Desde entonces, presentes en el Perú diversos aportes asiáticos se tornaron propios: el plátano de la isla, el mango, el mantón de Manila, los artículos de carey, el mobiliario taraceado con madreperla, las tallas en marfil, la vajilla de porcelana, las sedas y brocados; la profusa inclusión de canela, clavo de olor y pimienta en los potajes de síntesis cultural surgidos en aquel entonces; a los que se sumaron chinescos elementos arquitectónicos y detalles decorativos, que precozmente distinguieran al Perú.

Incluso, el Pacífico fue escenario de las incursiones de los enemigos del imperio hispano: los navíos de la holandesa Compañía Unida de las Indias Orientales (Vereenigde Oostindische Compagnie: VOC) que establecida en 1602 en los Países Bajos, se afincara en la Insulindia, arrebatada a los portugueses a comienzos del siglo XVII, con la fundación de Batavia (hoy Yakarta) como sede, en 1617, desde donde emprendieran programados asaltos de puertos filipinos, novohispanos y peruanos, lo que demuestra claramente el nuevo papel del océano como barrera primero y como medio de comunicación, cariz adverso y favorable del piélago entre el Asia y América, cuya evidente importancia política económica y social se acrecentara con el paso de las centurias.

En noviembre de 2008, mes en que celebramos la cita cumbre de la Cooperación Económica Asia-Pacífico en el Perú, cabe poner de relieve las evidencias de origen asiático en nuestro país, que se iniciaron a lo largo del período virreinal, prosiguieron y se acentuaron con la república, desplegando una palmaria prueba del viejo y firme lazo del Perú y el Asia, vínculo inaugurado por el arribo inaugural de la Nao de la China al Callao en 1571. En tales naves llegaron al país, entre otros, parte de los alarifes que erigieran el célebre Puente de Montesclaros, estructura de piedra de seis arcos concluida en 1610, en tiempos del virrey marqués de ese título. Símbolo del rico mestizaje peruano, el gran puente de Lima, vio derribados dos de sus arcos a inicios de la década de 1970, empero es aún palpable ejemplo de nuestra universalidad: obreros de la China y el Japón, aunados a los nativos de Lima, usando piedras incaicas de la fortaleza de Huarco, en Cañete, y valiéndose de huevos de guanay como argamasa, levantaron el primer viaducto pétreo americano, de clásica reminiscencia romana.

Los exponentes de la muestra del Archivo de Torre Tagle aludida recalcan las añejas relaciones entre el Perú y el Asia oriental, acarreadas luego de la veda real de 1591 por la repetida transgresión de la prohibición de trato del Galeón de Manila con el puerto del Callao. Los artículos del intercambio transpacífico, durante el virreinato y en las primeras décadas de la república revelan la variedad y vastedad de la actividad mercantil peruana, entre los siglos XVI y XIX. Ya entonces productos de factura local pusieron de manifiesto la continuidad entre lo prehispánico y la sociedad mestiza ulterior; otros hicieron proclama de su origen en puntos diversos del vasto virreinato peruano; pero un grupo descollante, dejó ver la existencia de un asiduo tráfico con la lejana China, y el aislado Japón, no obstante la expresa veda real al puerto del Callao como punto de arribada del navío mercante manileño.

La ilustrativa exhibición de Torre Tagle ha puesto de relieve el papel del nexo transpacífico en la historia del Perú y su acentuada significación en el siglo XXI, cuando los vínculos con el ámbito de la Cooperación Económica Asia-Pacífico adquieren para el Perú importancia fundamental.


Historia

MACHU PICCHU
ANTES DE SU DIVULGACIÓN MUNDIAL
4ª Exposición Documental 2008 del Archivo de Torre Tagle

Al noroeste de la ciudad del Cuzco, en el departamento homónimo, se ubica en el distrito de Machu Picchu de la provincia de Urubamba, una de las joyas arquitectónicas más importantes del mundo y principal foco de atracción turística del Perú y de la América del Sur. Conjunto arqueológico de impares características emplazado -en maravillosa armonía con el entorno natural de la ceja de selva- en la cumbre de un collado cubierto de vegetación, que domina un profundo meandro del torrentoso río Urubamba.

La construcción del reducto de Machu Picchu corresponde a la centuria final de los más de tres siglos de evolución incaica, último horizonte pan-peruano de la civilización andina. Se ha conjeturado que constituyó una avanzada fortificada para limitar las incursiones de los nativos selváticos que ocupaban el actual valle de La Convención. Al Inca Pachacútec se atribuye la toma de posesión del área del valle del Urubamba hasta Ollantaytambo y Písac.

El Inca Pachacútec, que habría reinado a partir de 1438, dio comienzo a la expansión imperial. Él fue hijo de Viracocha, e inicialmente se llamó Inca Yupanqui, al asumir la defensa del Cuzco frente a la confederación Chanca, a la que derrotara y sojuzgara en la fase expansionista de la monarquía cuzqueña, que desde entonces dejó de tener antagonistas mayores en el ámbito del Perú antiguo.

Tal decisiva victoria encumbró al aguerrido príncipe, que en adelante fue llamado Pachacútec, que en castellano significa ‘Renovador del Mundo’, desplazando así al genuino heredero, su hermano Urcos. Pachacútec y luego su hijo Túpac Yupanqui, entre 1438 y 1493, año de la muerte de este último, condujeron al imperio a una expansión que incluyera desde la comarca de Quito, en el Ecuador actual, hasta el sur del río Maule, en el actual Chile. Al Inca Huayna Cápac le cupo solamente consolidar las conquistas y ensanchar más sólo las fronteras septentrionales.

Es probable que el conjunto urbano de Machu Picchu fuera gradualmente mejorado y ampliado durante aquel lapso y hasta el momento en que Huáscar y Atahualpa, hijos de Huayna Cápac se enfrentaran en cruenta pugna por el poder, cuando ya los castellanos navegaban por aguas boreales del Tahuantinsuyo, dispuestos a conquistar el previamente ignorado mayor imperio austral del mundo. Ajusticiado Huáscar por Atahualpa, y a su vez éste por Francisco Pizarro, los conquistadores peninsulares que explotaron con gran habilidad las tensiones intestinas entre las dos facciones incaicas y entre los incas y los reinos sojuzgados por ellos, encumbraron como postizo soberano del declinante imperio a Manco Inca, a fines de 1533.

Empero, Manco Inca logró reunir un ejército y someter a sitio en 1536 a los castellanos ya ocupadores del Cuzco. Por poco perdidos, los foráneos lograron salvarse merced al respaldo de incas de la facción adversa al monarca impuesto, procediendo Manco Inca a retirarse. Algunos conjeturan que el repliegue tuvo como destino Machu Picchu; otros suponen que fuera algo más lejos, a la cordillera de Vilcabamba, donde falleciera Manco en 1544. Lo sucedió en el acosado trono, Sayri Túpac, quien prosiguió la lucha contra los conquistadores, pero que fuera obligado a capitular por el tercer virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete.

A la muerte de Sayri Túpac, en 1560, asumió el trono su hermano Tito Cusi Yupanqui. La guerra continuó, ostensiblemente, en incesante desmedro de los incas. El Inca Túpac Amaru, reemplazó a su fallecido antecesor en 1570. Fue tomado prisionero en 1572 y el virrey Francisco de Toledo ordenó su ajusticiamiento, dando en aquel año por concluida la Conquista del Perú al morir el último monarca de la resistencia. En más de cuarenta años de guerras de conquista, es probable que Machu Picchu cumpliera un papel importante, junto con Ollantaytambo, como bastión o reducto de los incas retirados a Vilcabamba.

Durante las restantes centurias del virreinato, y luego de proclamada la república, la zona en torno a la abandonada Machu Picchu fue ocupada por terratenientes que adquirieran o heredaran títulos de propiedad sobre extensiones muchísimo mayores que las que explotaban y que ni siquiera llegaban a conocer en su integridad. Quienes labraban, efectivamente, las escasas tierras aptas eran campesinos nativos de las serranías del Cuzco, en un principio llevados como siervos y, luego, sujetos a un modesto salario.

Avanzado el período republicano, hacia la segunda mitad del siglo XIX, las tierras más distantes y abruptas empezaron a ser cultivadas por labriegos pobres, desvinculados del régimen de las haciendas a las que registralmente pertenecían los cerros de Machu Picchu y Huayna Picchu. Ocurrió que en algunos casos los terratenientes desconocieron la presencia de campesinos clandestinos, o simplemente los toleraron, o incluso llegaron a recibir la mayor y mejor parte de la magra cosecha de los furtivos labradores. Las haciendas que existieron en el entorno del sitio arqueológico de Machu Picchu fueron: Quente, Santa Rita de Quente, Torontoy y Mandor. Antes de su divulgación mundial, en las inmediaciones de Machu Picchu estuvieron, sin lograr ubicarlo exploradores y viajeros tales como los exploradores y estudiosos conde de Sartiges (1834), Antonio Raimondi (1865) y Charles Wiener (1875).

La denominación de Machu Picchu, la montaña sobre la que se emplaza la ciudadela, aparece registrada cartográficamente en una serie de mapas elaborados entre 1867 y 1910, los cuales, conservados tanto en la mapoteca del Archivo Histórico de Límites, de la Cancillería, como en la sección cartográfica de la Biblioteca Nacional del Perú, ofrecen un testimonio de la representación plana del sitio, y una irrefutable constatación que sólo con la disposición de fondos peruanos y la racional aplicación de sistemáticos proyectos de excavación arqueológica y puesta en valor de los hallazgos podrá rescatarse para el conocimiento de la nación, y su exhibición in situ, las evidencias del singularísimo esfuerzo creador de los habitantes originarios del Perú.

Primeros mapas del área, de fines del virreinato, se debieron a la mano del cosmógrafo del obispado del Cuzco, Pablo José Oricain, que en 1801 completara una detallada descripción de la circunscripción obispal.
Avanzado el período republicano, en 1858, a pocos años de su arribo al Perú, Antonio Raimondi, en su libreta de viaje por el valle del Urubamba, registra un croquis del curso del río hasta pasadas las ruinas de Ollantaytambo.


En 1868 el ingeniero del Estado Juan Guillermo Nystrom publicó un Mapa de una parte importante del departamento del Cuzco, la región del río Urubamba, describiendo el curso del mismo hasta pasado el punto geográfico de los promontorios que se harían universalmente famosos años después.

En 1877, el cartógrafo Hermann Göhring, dio a conocer su Informe al Gobierno del Perú sobre una expedición a los valles de Paucartambo, en 1873, al que adjuntara un mapa en el que claramente consignó a Machu Picchu y el Huayna Picchu.

El viajero francés Charles Wiener, luego de un detenido periplo por nuestro país publicó en París en1880: El Perú y Bolivia. Relatos de Viaje, obra en la que incluyera 27 mapas; uno de los cuales dedicado al valle de Santa Ana, registra patentemente el sitio de Machu Picchu.

Un autor anónimo detalló en el Plano topográfico del departamento del Cuzco, concluido cerca de 1880, el curso del Urubamba y sus principales cotas, entre ellas los collados de la llacta de Pachacútec.

El mapa general del Perú, publicado hacia 1890, en hojas separadas por don Antonio Raimondi, recogió en la Hoja Nº 26 en la sección Valles del Apurímac y el Urubamba el sitio exacto de Machu Picchu.
Georg von Hassel, explorador alemán, en dos mapas manuscritos fechados en 1904 consignó el lugar exacto de Machu Picchu. En dicho mismo año, Camilo Vallejos, cartógrafo de la Sociedad Geográfica de Lima, publicó un detallado mapa del área del Urubamba, destacando el sitio de Machu Picchu.

Finalmente, en 1910, el insigne peruanista británico Sir Clements R. Markham publicó el folleto La tierra de los Incas en Londres con un mapa sobre el Sur del Perú y el Norte de Bolivia, en el cual, en el valle del Urubamba resalta a Machu Picchu y en el texto informa sobre las actividades empresariales y arqueológicas en la zona.